La disciplina era cualidad muy poco natural en aquellos soldados meridionales. Había que implantársela y remacharla bien, creándoles unas reacciones automáticas mediante una dura instrucción.
Pronto se llegó a la comisión de excepcionalmente graves actos de indisciplina, tales como el arresto y el encarcelamiento del Maestre de Campo Francisco de Valdez, efectuados por sus hombres en noviembre de 1574 Valdez, fiel al servicio del Rey, les había prohibido robar en país amigo —es decir, partidario de los españoles—, por el cuidado de no apartar de la subordinación al Rey a quienes todavía le eran fieles «en este lado de acá». Pero la carencia de todo engendraba una tremenda exasperación que hacía saltar sobre las normas del servicio.
A partir del momento en que la falta de medios, de pagas y de socorros planteaba una situación económica insoportable, resultaba imposible que no se produjeran los motines. Todos los que padeció el ejército del Rey, desde 1567 a 1578, tuvieron como causa los problemas económicos.
Anotemos que el primer motín de soldados españoles tuvo lugar el 14 de julio de 1573, después de la caída de Harlem. La infantería española no había recibido sus pagas desde marzo de 1571. El sitio de Harlem había durado siete meses, y todo el invierno de 1572-73 fue terrible, tanto por los combates como por el hambre, el frío y las enfermedades.
Los amotinados no desobedecían todas las reglas. Incluso podemos decir que sustituían la normal disciplina del servicio, por otra disciplina que los propios amotinados creaban.
Los bandos que publicaban los amotinados eran severos. De su aplicación se derivaba una existencia más dura que la normal. Nada de juego ni blasfemias ni violaciones ni prostitución ni borracheras ni orgías. Sin embargo, sacaban cuanto podían de la ciudad que ocupaban.
Para dominar los motines se aplicaban todos los medios posibles: Arengas, cartas, intimidaciones. El más eficaz era siempre aceptar las condiciones de los amotinados, al menos en un mínimo que pudieran exigir.